40. Anhélandote
Un respirar calmado sale de su esposo. Rafael se desabotona la muñeca de su traje, se aligera la corbata y desordena su cabello castaño. Con pasos lentos toma asiento en el sofá y en el camino lleva a su mano una copa del ron servido decorativo de la sala. Azucena no lo deja un segundo, a la expectativa de escucharlo. Le sorprende su forma calmada de tomar las cosas, de tomar ésta pregunta.
Lo que le sorprende más es que la toma de la mano y la atraiga hacia él.
—¿Rafael?
—Toma asiento, preciosa. Te responderé.
La electricidad en el toque de su esposo, como siempre, se empeña en desorientarla. Las yemas de sus dedos sobre su piel, pinchando, haciéndole reaccionar como aguantar la respiración. La obliga a sentarse despacio a su lado. A su marido lo ve un poco con los ojos abiertos, pero algo aquí ha cambiado. No esperaba sus respuestas:
—Fui un hombre egoísta y orgulloso, Azucena. En el pasado cometí muchos errores —Rafael se toma el primer trago. El vaso lo deja en la mesa y no suelta