38. Inesperada confesión
—Sebastián —Altagracia es la primera en pronunciar con un toque de curiosidad y alegría—. Qué bueno es verte. Bienvenido.
Azucena no sabe qué responder. Para no se descortés también saluda y estira la mano.
—Doctor Sebastián, un gusto —cuando intenta estrecharle la mano Sebastián la toma, pero se acerca también a besarle la mejilla.
—Me alegra tanto verte, Azucena —él pronuncia. Cualquier mujer caería a los segundos de sentir sus labios y escuchar su voz con tanto afán. Azucena pestañea inconscientemente por el acto repentino—. Altagracia, también es un placer. Espero no molestar. Me enteré que Azucena había llegado hoy a Mérida y quise saludarla. Quería saber cómo está.
—No molestas. Es más, puedes quedarte a cenar. Estaremos todos en la mesa —Altagracia se le ilumina una sonrisa señalando la casa—. Llevaré a los niños a darse un baño por si me disculpan. Estaremos en el salón —Altagracia es amable en dejarlos solos momentos después. Con la marcha de su hermana, Azucena vuelve a Seba