Damián se quedó en silencio por un momento, la frustración y el enojo hirviendo dentro de él. Miguel tenía razón, Alice lo necesitaba, y él era su esposo. A pesar de todo el caos que sentía, sabía que debía estar allí para ella.
—Tienes razón, Miguel —dijo Damián, su voz más calmada pero aún con un matiz de desesperación—. Vamos.
Se dirigieron a la mansión Cooper en un silencio tenso. El camino se hizo eterno para Damián, cada segundo alimentando su ansiedad. ¿Cómo la enfrentaría? ¿Cómo le explicaría que él no es el culpable, que no ocasionó el infarto de su padre?
Al llegar, la mansión Cooper estaba sumida en una atmósfera sombría. El personal se movía con cautela, y el aire mismo parecía pesado con el dolor. Damián y Miguel fueron recibidos por la señora Cooper, los ojos hinchados y rojos por el llanto.
—Damián —dijo la señora Cooper, su voz apenas un susurro—. Alice está en su habitación. No ha querido hablar con nadie. Habla con ella, por favor, ella ama mucho a su padre y yo no t