—Señora, debería irse a dormir, ya son más de las doce de la noche y su madre ya duerme. Por favor, usted necesita descansar, señora.
—No puedo, Carla. No puedo irme a dormir pensando que Damián no está bien, lo siento en mi corazón. Sé que él está triste; tú lo ves todo fuerte y cruel, pero yo que he podido ver más en él, sé que está triste.
—Entiendo… El amor que ustedes se tienen es muy bonito. ¿Qué le parece si le traigo un té? Yo la acompaño, igual no tengo sueño.
—Eres maravillosa, Carla, claro que acepto.
Estando ambas sentadas para tomar el té, escuchan la puerta principal abrirse y cerrar. Ambas mujeres se miran y Alice deja la taza de té sobre la mesa, se pone de pie y, al ver venir a Damián, sintió su corazón latir con fuerza. Ella corre hacia él como si llevara meses sin verlo. Su emoción es demasiada y ese hombre la recibe con los brazos abiertos. Él la arrulla entre sus brazos y la escucha llorar.
—¿Qué haces despierta, Alice?— pregunta con un tono de voz suave.
—No podía