Alejandro sujetó con fuerza la mano de Elena, intentando detener el temblor que comenzaba a apoderarse de ella. Sus ojos, que solían tener un brillo firme y desafiante, estaban ahora inundados por el pánico y la rabia.
—La vamos a encontrar, Elena —dijo Alejandro con firmeza, su voz baja pero vibrante de determinación—. Te lo juro, te prometo que va a aparecer sana y salva.
Pero Elena soltó su mano con brusquedad. Sus ojos se alzaron hacia él, encendidos de dolor y frustración.
—No me hagas promesas que no puedes cumplir —espetó, con la voz temblorosa—. Ya me prometiste una vez que cuidarías de ella. Que Valeria estaría a salvo. Que mientras tú y yo estuviéramos en medio de todo esto, ella no correría ningún riesgo. ¿Y ahora vienes a decirme que la "vamos a encontrar"? ¡No estás en posición de prometer nada, Alejandro!
Detrás de ellos, Leticia escuchaba todo en silencio, aún petrificada. No entendía el contexto, no alcanzaba a armar el rompecabezas, pero algo dentro de ella comenzaba