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Risa cabalgaba en silencio, mirando sin ver lo que había ante nosotros.

Avanzábamos hacia el norte por el sendero paralelo a las colinas que acotaban el valle por el este, a nuestra derecha, siguiendo la huella que Mendel y los demás nos abrieran. Risa y yo íbamos primero, seguidos de a uno o dos en fondo por los niños, mientras Ragnar y Brenan cerraban la marcha, guiando los caballos de carga.

Advertí que Risa fruncía levemente el ceño, como si algo la preocupara.

—¿Qué ocurre, mi pequeña? —le pregunté, enfrentándola con una sonrisa.

La forma en que sostuvo mi mirada, como si despertara, me instó a acercar mi semental a su yegua. Por algún motivo, cuando hablaba con su mente, Risa no podía evitar que todos la escucharan en kilómetros a la redonda. De modo que la mejor manera de mantener una conversación en privado era

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