La noche anterior había tenido una conversación en privado con Ragnar, previendo que no podrían dilatar más el momento de contarme lo ocurrido. Hablando desde su propia experiencia, me había advertido que tal vez jamás lograra recordar lo que había vivido en los meses de cautiverio, y que si así era, podía considerarlo una bendición.
—Tendrás pesadillas durante años. Incomprensibles, grotescas, seguramente obscenas. No te esfuerces por recordarlas —había aconsejado con acento grave—. Déjalas pasar. Lo más posible es que sean recuerdos reales, y no son nada que te ayude a ser más fuerte, más sabio o más cuerdo. Todo lo contrario. Evita cuestionarlas y déjalas caer en el olvido. Lo último que necesitas es recuerdos de la depravación y la crueldad de los parias.
Me había limitado a asentir en silencio, y Ragnar me había presionado un hombro con una sonrisa fugaz.
—¿Recuerdas lo que les dijiste a los míos cuando los salvaste? Que dejaran de mirar hacia atrás y vivieran día a día, para encontrar una excusa para seguir vivos y crear nuevos recuerdos.
Sí, lo recordaba. También recordaba la lástima que me inspiraban. Jamás me hubiera imaginado que pocos años después me hallaría en la misma situación.
Volví a enfrentar a Milo. Mora tomó el plato vacío que le tendía y lo llenó con otra porción de pastel sin una palabra.
—A pesar de que ya estaba avanzado el verano cuando Bardo trajo el primer mensaje, comenzaron los preparativos para ir por ustedes —dijo Milo, retomando la historia donde la dejara—. No importaba si teníamos que ir hasta las puertas mismas de la fortaleza del norte. Ahora que sabíamos con certeza que seguían vivos, haríamos lo que fuera por hallarlos. Y fue entonces que Risa nos hizo saber que Olena planeaba traerlos hacia el sur. Los Alfas dejaron todo en suspenso a la espera de más noticias. Y el mensaje siguiente traía su destino y la fecha de partida.
—¿Estábamos los dos prisioneros de Olena?
—Así parece. Ragnar conocía adónde se dirigían, porque era el castillo de donde él mismo había huido. Así que él, Mendel y sus hijos cruzaron las montañas.
—¿Sólo ellos para tomar un castillo? —inquirí ceñudo.
—Eso no era lo único que estaba ocurriendo, Mael —intervino Mora con acento persuasivo—. Poco antes que Risa nos dijera adonde iban, comenzamos a observar movimientos de vasallos como nunca antes viéramos. En este mismo momento hay un ejército de más de mil vasallos al otro lado del Launne, comandado por dos docenas de blancos y al menos un centenar de pálidos.
—El campamento se extiende por kilómetros y kilómetros a menos de un día de marcha del río —confirmó Milo—. No tenía sentido enviar a todas nuestras fuerzas a través de las montañas y dejar los puestos desprotegidos, para acabar sitiados aquí y con los parias moviéndose en libertad a las puertas mismas del Valle, como antes de tu ofensiva.
—Ragnar nos explicó la ubicación y las características de Solstein, el castillo al que los llevarían, y afirmó que era imposible tomarlo sin máquinas de asedio, medio millar de soldados y un año de sitio.
—Aseguró que aún tenía contactos entre los sirvientes del castillo, y la posibilidad de acercarse a Risa de manera segura, para que ustedes dos tampoco corrieran peligro.
Asentí, recordando una mujer corpulenta en un establo a oscuras. La amiga de Ragnar. Había olvidado su nombre. Lo había acompañado a verla poco después de mi boda. Un suspiro agitó mi pecho al evocar a Risa esa mañana de otro invierno, hermosa, radiante, brillando con luz propia. La luz del amor que nos unía.
—Continúa —murmuré con aire ausente.
—La amiga de Ragnar se las compuso para ser designada para atenderlos a Risa y a ti en Solstein —dijo Milo—. Tal como hiciera con Ragnar, reemplazó el collar de plata que cargabas por uno de hierro. Y mientras tanto, Risa tomó las riendas del asunto. Coordinó con Ragnar y Mendel para que crearan una distracción que les permitiera fugarse, envenenó al rey y a su tío, y te sacó del castillo por los pasadizos de la servidumbre.
Lo enfrenté sin ocultar mi incredulidad. ¿Risa había matado a dos hombres para liberarme? ¿Risa, mi compañera? ¿Mi mujercita valiente, inteligente, siempre frágil y amable? Mora se atrevió a reír por lo bajo de mi expresión.
—No creerás que te mantuvo con vida y te sacó de allí pidiendo por favor —terció.
Alcé las cejas sin responder. Por más que resultara imposible imaginarlo, tenía razón.
—¿Y qué le ocurrió? ¿Por qué dicen que no saben dónde está? —insistí por enésima vez. Un escalofrío corrió por mi espalda—. ¿Acaso volvieron a atraparla?
La mirada que intercambiaron Milo y Mora sólo alimentó el pésimo presentimiento que me estrujaba el pecho.
—No lo sabemos —suspiró él con una mueca.
—La última vez que habló con Mendel, le dijo que ya estaban fuera del castillo y necesitaban tiempo para refugiarse en el bosque, donde se suponía que se reunirían con ellos —explicó mi hermana—. Pero ni tú ni ella llegaron nunca al bosque.