Milo adelantó la cabeza ceñudo, como si hablara en otro idioma.
—¿De qué demonios hablas, Mael? ¿Otro Alfa? —repitió.
—Es lo que sigue a perder a un Alfa, ¿no? Si no había designado sucesor, el clan lo elige.
Milo me observó ceñudo un momento más y de pronto estalló en carcajadas.
—¡Ni los parias te han quitado lo melodramático! —rió, intentando controlarse—. Lo siento, Mael. Si quieres abdicar, tendrás que hacerlo de viva voz y por escrito ante todo el clan reunido.
—¿Insinúas que aún soy Alfa?
—¡Claro que sí!
Me tomé un instante para digerir la noticia y volví a enfrentarlo.
—Como sea. Continúa. Dijiste que capturaron a Risa y le perdieron el rastro. Pero antes también dijiste que fue ella la que me rescató.
Milo suspiró, tomando mi taza para volver a llenarla.
—Mendel y sus hijos pasaron el verano buscándolos a ambos en vano. En una ocasión avanzaron hacia el norte siguiendo el Launne durante varios días. Se adentraron en una estepa que se extiende de horizonte a horizonte. Y cuando estaban por darse por vencidos, descubrieron el cuerpo de un caballo a pocos kilómetros del río, en el medio de la nada. Llevaba al menos un mes muerto, pero le hallaron dos heridas en las ancas que parecían lanzazos. Los arreos aún estaban junto al esqueleto. Era uno de nuestros caballos. Y enredado en las riendas encontraron el pendiente de adularia de Risa.
Milo rebuscó en su bolsillo y sacó la piedra lunar tallada en forma de cuarto creciente. Tendí una mano temblorosa para recibirla y apreté mi puño sobre ella. Cerré los ojos respirando hondo al llevarme a los labios la única joya que Risa usara jamás, y que se negaba a quitarse por ningún motivo. Me la colgué del cuello con manos temblorosas. No me la quitaría hasta que pudiera devolvérsela.
—Creemos que intentó escapar y volvieron a atraparla —continuó mi hermano, reclamando mi atención—. Se demoraron una semana más en esa zona, pero no encontraron ningún otro rastro, de modo que regresaron. Pocos días después, todos los Alfas se reunieron en Reisling para decidir qué hacer, pero no lograban ponerse de acuerdo.
—Vaya novedad —gruñí con una amarga risita entre dientes.
—Oye, no te apresures a juzgar, que había tres Alfas más para opinar. Y no son cinco porque a Luna Gaida no la sacas del Valle ni a rastras y los solitarios no tienen Alfa —replicó—. Bien, decía. El consenso general era que debíamos cruzar la frontera e invadir cuantas tierras fuera necesario hasta encontrarlos. El problema era que no lograban decidir por dónde empezar. Porque los habían atrapado en el oeste, pero Ragnar y Eamon insistían en que debían haberlos llevado hacia el noreste. Mientras tanto, todos los clanes formaron patrullas para infiltrarse más allá de la primera línea en busca de pistas o información.
En ese momento llamaron a la puerta, y Mora entró a traernos más té y un pastel de frutos del bosque que olía para hacerme agua la boca. En realidad, cualquier olor a comida, por tenue que fuera, me hacía agua la boca. Siempre había tenido buen apetito, pero desde que reaccionara parecía que nada alcanzaba saciarme. Aún con el estómago pesado y tirante, la sensación de hambre persistía.
Ragnar había tranquilizado a Enyd, explicándole que los parias solían hambrear a sus lobos cautivos para mantenerlos aún más atontados y dóciles.
—Tu cuerpo tiene mucho por recuperar —me había dicho—. Ya se te pasará el hambre cuando termines de recobrar la salud.
Mora dejó la bandeja en la mesa junto al sillón de Milo, que se sentara a una distancia más segura del fuego que yo, y me dirigió una mirada vacilante. Advertí que Milo me observaba y alcé la vista hacia ella con un breve asentimiento. Mora se apresuró a acercar otro sillón y sentarse frente a la mesa, ocupándose de servirnos mientras hablábamos.
En aquel momento, tener a mis hermanos de camada conmigo me ayudaba a sentirme seguro y contenido para escuchar el resto de la historia. Que Milo continuó sin que precisara pedírselo.
—Bardo desapareció cuando capturaron a Risa —dijo, los tres con la boca llena de pastel y masticando con entusiasmo—. Llevó su pedido de auxilio a Rathcairn y volvió a partir de inmediato. No volvimos a verlo hasta agosto. Un día apareció en Reisling con un mensaje de Risa para Baltar.
Me retrepé en mi asiento, pendiente de cada palabra mientras comía bocado tras bocado.
—“Estamos vivos. Envía dagda”. Creo que Baltar aún lo tiene de talismán —sonrió Milo—. Te imaginarás el revuelo que causó la noticia de que seguían con vida. Bardo comenzó a llevar y traer mensajes y dagda. Risa ignoraba dónde se hallaban, pero Bardo tardaba cuatro días en ir y venir. Eso significaba que estaban como mínimo a unos quinientos kilómetros de Reisling, hacia el noreste a juzgar por la dirección que tomaba Bardo.
Volví la cara hacia el fuego y ellos respetaron mi silencio. Pero por más que lo intentaba, no lograba recordar absolutamente nada de lo que Milo relataba.