—Avísenme cuando traigan comida —les dije a los demás—. Y dense prisa, que me muero de hambre.
—Ya, ya. No puedes comer con un agujero en las tripas —replicó Mendel—. Se te saldrá la comida por allí.
Risa me observaba con intensidad.
—¿Por qué a veces te escucho hablar con otros, mi señor? —preguntó con genuina curiosidad—. ¿Quiénes son?
—Ese bocazas es mi hermano Mendel. —Advertí que entornaba los párpados, como si el nombre le resultara familiar—. Ya te lo explicaré. Tenemos mucho de qué hablar, mi pequeña. Pero antes debemos atender mi herida, y necesitaré tu ayuda.
—Quieres cauterizarla.
Asentí con una mueca.
—Pero te dolerá horrores.
—Lo sé, pero detendrá la pérdida de sangre y&helli