Encontré sus ojos con sonrisa triste, viendo confirmadas mis sospechas de que cuanto le ocurriera en los últimos meses había acabado perturbando su mente.
—Hay algo que necesitas saber, amor mío —le dije con dulzura, teñida por el dolor que me causaba comprender su condición—. Pero antes debes prometerme que te lo tomarás con calma.
—¿De qué hablas, mi señor?
—Tu palabra de Luna, Risa —insistí con acento grave.
Se estremeció a ojos vistas al escucharme llamarla así, y se echó un poco hacia atrás frunciendo el ceño. Suspiré con una mueca.
—Lo siento, mi pequeña, pero no puedo decírtelo hasta que me des tu palabra de que no reaccionarás con violencia al escucharme.
Asintió levemente, su expresión todavía contraída.
—Dilo: yo