Lo dejé actuar en mí como solía, permitiendo que su presencia, su atención, su comprensión me ayudaran a superar aquel momento. Porque me sentía como si estuviera descalza al borde de un precipicio sin fondo, los guijarros resbalando entre los dedos de mis pies, luchando con todas mis fuerzas por conservar el equilibrio.

—¿Me transformé en lobo? —murmuré al fin, mis ojos moviéndose por la alfombra a mi alrededor. Decirlo no hacía que sonara menos descabellado e imposible que pensarlo.

—No lo creo.

Alcé la vista hacia él ceñuda y Mael rió por lo bajo, volviendo a tenderme la mano.

Tomé su mano para incorporarme con él y regresamos a la cama.

—¿No lo creo? —repetí—. Si no fue un sueño, pasé buena parte de la noche en cuatro patas.

—Tan hermosa como no te ima