Desperté sobresaltada al alba, y mi primer impulso fue extender mis manos ante mi cara para examinarlas. En la tenue penumbra, pincelada de cobre por la luna que ya debía estar poniéndose allá en el oeste, todo parecía en orden: cinco dedos, pulgar oponible, mi piel pálida de siempre. Cerré los ojos suspirando. No recordaba haber tenido jamás un sueño tan vívido.
—¿Cómo te sientes, mi pequeña? —preguntó Mael con suavidad, apartándome un mechón rebelde de la cara.
Volví a abrir los ojos, sorprendida de que estuviera despierto. Lo hallé tendido de lado a escasos centímetros de mí, el codo hundido en sus almohadas para apoyar la cabeza en su mano, observándome con una sonrisa vaga.
Volteé hacia él, admirando esa belleza suya que nunca dejaba de quitarme el aliento.
—Bien, mi se&ntil