Logan cerró la puerta de la habitación con suavidad, cuidando no despertar a Mía, que finalmente había conciliado un sueño inquieto.
La observó por un instante, sintiendo cómo la protección y el deseo de justicia se fundían en su pecho. Pero la furia era más fuerte. Era una llamarada que lo empujaba, que le gritaba que ya no podía esperar más.
Sus pasos resonaron con fuerza por el pasillo. Cada pisada era una declaración de guerra. Al llegar frente a la habitación de Teresa, no se molestó en tocar. Tomó la manija y la empujó con violencia.
La puerta se abrió de golpe, golpeando contra la pared. Teresa, sentada frente a su tocador, giró con una mueca de desaprobación.
—¡Logan!—exclamó indignada—. Esa no es manera de entrar a la habitación de tu madre.
Él avanzó con una sonrisa torcida, una que no llevaba alegría, sino ira contenida.
—Aquí no tengo por qué fingir—dijo con voz baja, pero firme—. Madre...
Teresa entrecerró los ojos, ladeando el rostro como si su paciencia comenzara a a