Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, cargadas de un dolor que lo rompía en mil pedazos. Y en ese instante supo que la batalla apenas comenzaba.
Jack corría sin detenerse. El viento frío de la montaña golpeaba su rostro, arrastrando consigo el olor a tierra húmeda, a pino, a musgo. La luna iluminaba su camino entre los riscos, proyectando su sombra alargada en la roca.
Sus botas resonaban con fuerza contra el suelo pedregoso, pero no disminuyó el ritmo. Tenía un objetivo claro: llegar a lo más profundo de las montañas, al corazón de las cuevas, donde su manada más fiel lo esperaba.
El eco de sus pasos se mezclaba con el rugido lejano de un río que atravesaba el valle. Cuando por fin alcanzó la entrada de la caverna, el aire se volvió más pesado, impregnado de un olor a humo, a lobos y a rituales antiguos.
Entró sin vacilar. La penumbra lo envolvió, y apenas unas antorchas encendidas en los muros de piedra daban un resplandor titilante. De inmediato, varios lobos hombres y muj