Zoe cerró los ojos, dejando que el ritmo acompasado del corazón de Logan la envolviera. Poco a poco, la tensión de su cuerpo se disolvió, y un cansancio inesperado la atrapó. Entre susurros y caricias, fue quedándose dormida a su lado, como si aquel fuera el único lugar en el mundo en el que pudiera descansar.
El silencio del hospital de la manada se rompía de vez en cuando con pasos apresurados, el tintinear de bandejas metálicas o el murmullo lejano de voces que discutían. La luz de la mañana entraba por los ventanales altos, filtrada en un tono blanquecino, casi frío, que contrastaba con la calidez que dentro de cada habitación se respiraba.
Jacop caminaba con el ceño fruncido, las manos enterradas en los bolsillos de su pantalón. Sus pasos resonaban contra el suelo brillante, y aunque a simple vista parecía tranquilo, por dentro ardía un torbellino de pensamientos. La noche anterior había sido larga, y la ausencia de Logan pesaba más de lo que se atrevía a reconocer.
Se detuvo fre