—Es comprensible— le dije y me llevé la copa a los labios para beber el agua que quedaba—. Ha pasado muchos años entrenándolo y se ha empeñado más que nadie en protegerlo, así que sería a él a quien querría tener al lado cuando se siente mal.
—Supongo que es cierto, aunque yo no le pido que me abrace.
Habría dado cualquier cosa con tal de evitarlo, pero esas palabras me hicieron reaccionar del peor modo posible. La vergüenza impulsó mi garganta y escupí toda el agua en la cara del pobre anciano, que apenas protestó.
Ahora mis mejillas igualaban el rostro de sus cabellos y rogué para no haber cometido ninguna indiscreción mientras deliraba, pero por el brillo picaresco en los ojos del astil, supe que probablemente le había pedido a Rownan, algo más que un simple abraso.
—Majestad, han pasado dos días desde que llegamos a este campamento— me dijo—. Usted ha estado delirando la mayoría del tiempo y temo que continua así, a pesar de que ya veo que se siente mejor.
—Creo que no debí atrav