El calor era insoportable. Sentía que me quemaba, que el aire se hacía imposible de respirar. No podía mover los brazos, ya que me pesaban como si fueran más grandes que el resto de mi cuerpo adolorido.
Finalmente supe lo que ocurría: estaba en medio de un ataque y las llamas debían estar rodeándome, para alimentarse de una mujer indefensa.
Quise luchar, resistir por el bienestar de mi hijito y entonces comprendí, que si el fuego se extendía tan velozmente como para alcanzarme, ya tendría que haber devorado todo a su paso.
Otra vez era la única sobreviviente en un desastre completamente predecible y al percibir como una mano se extendía para tocarme la frente, la atrapé, dispuesta revelarle mi última voluntad:
—Si esta vez no puedes salvar al príncipe, al menos muera con él.
Reconocía esos cabellos rojos y el rostro compungido por el dolor, pero el suyo no era mayor al mío y ya era hora de que pagara por sus errores, aunque para ello yo también tuviera que morir, devorada por un fuego