—Tenemos un enemigo en común que nos supera— declaró el astil del fuego—. Lo más beneficioso para nuestros pueblos es que unamos fuerzas, con tal de acabar con Éhiel y para eso, necesitamos que tanto Enerthand, Áthaldar y Ahiagón, estén en paz.
—Me niego a firmar la paz con Ahiagón— insistió Dátlael.
—Yo podría simplemente dejarle a mi tío el deber de continuar la guerra contra Enerthand y ocuparme de Éhiel, pero si callera, estoy segura de que usted se arrepentiría de no haber hecho algo para evitarlo.
— En eso no se equivoca.
Finalmente coincidíamos en algo, y desde allí debía mantener el ataque, para que terminara por ceder.
—El reino de Ahandal, no se ha pronunciado al respecto, aunque está claro que su rey espera el desenlace final, para ver de quien puede aprovecharse sin mayor esfuerzo —declaró el astil—. En el pasado, los señores de Ahandal atacaron a nuestro rey, señalando su ilegitimidad como un impedimento a la hora de ocupar el trono de los Édazon, pero ahora que hay una L