Entramos en la tienda, cuyos adornos rebosaron mi vista al instante y por eso preferí tomar el asiento que me ofrecieron. Realmente el calor desplegado por el fuego que iluminaba la estancia, era acogedor, pero aun así me sentía incómoda.
—Permítame decirle que se ve encantadora— me alagó—. La maternidad ha resaltado su belleza de modo embriagador. Solo lamento que no lleve las joyas de la reina de Enerthand, porque había soñado con el momento en el que contemplaría el collar de esmeraldas, que tan pobremente se compara con sus ojos, majestad.
Al hablar, Dátlael se complacía en mirar descaradamente mis pechos y el astil del fuego intentó abandonar su asiento para atacarlo, pero lo detuve en el momento justo, al atraparlo por la mano.
Así comenzaba el duelo, disfrazado con halagos empalagosos y la habitual lujuria reflejada en los ojos del rey.
Con un gesto avisé a las guerreras que descubrieron los regalos que portaban y los acercaron para que Dátlael pudiera verlos de cerca.
—Magnífi