3

—Ardo en deseos de ver como humillas a esos desgraciados con tu inteligencia —me dijo—. Al principio se sentirán invencibles y como te comportarás como una princesa digna, creerán que podrán dominarte, solo que sacarás esas garras que te he dado y los pondrás en el lugar que les corresponde. Eres hija de tu padre, así que eres buena para la guerra, pero también eres mi sobrina y por eso nunca aceptaras la derrota.

—Hablas con tanto orgullo que estoy por pensar que me tienes demasiada confianza.

—Te tengo la confianza que mereces—rebatió—. Por eso te declaré mi heredera hace mucho tiempo.

—Deberás tomar una esposa y tener hijos propios— le señalé.

—Solo me ocuparé de otras mujeres cuando tú seas feliz.

No le contesté y fingí que ignoraba sus aventuras románticas con cuanta doncella hermosa llegaba a esa corte. Él había sido un padre ejemplar, incomparable y cuando intentaba recordar a aquel al que le debía la vida, solo aparecía el rostro gentil de ese que ahora me tomaba las manos entre las suyas.

—Tengo algo para ti— me avisó.

Supuse que se trataba de algún collar nuevo o de una de esas espadas que siempre les quitaba a sus enemigos, sin embargo, fue un colgante lo que me dejó sobre la falda.

— ¿No quieres conocer a tu futuro esposo?

Inmediatamente busqué la abertura del colgante y encontré en su centro el retrato de un hombre muy apuesto. Tenía el cabello pardo y sus ojos avellanados se asemejaban en gran parte a los de mi tío, aunque mucho más oscuros. Su piel bronceada, los hombros anchos y fuertes, que se dibujaban debajo de una camisa blanca, esos rasgos lo separaban del resto de los hombres de mi familia y a la vez lo acercaban.

—¿A que es atractivo?

No se lo pude negar y el rubor me obligó a apartar el rostro.

—Es bueno que te guste— insistió él—. Serás su esposa y tendrás que darle hijos.

— ¡Todavía no he aceptado! — le recordé abrumada.

—Vamos, Ahialíz —me animó en tono pícaro—. Míralo nuevamente y dime que no te parece apuesto.

Bajé la mirada hasta el retrato y me eché a reír, segundada por ese rey un tanto indiscreto.

 —Este joven es un mejor pretendiente que Dátlael —comentó mi tío—. No creo que lo quieras a él por esposo, cuando puedes escoger a un muchacho tan galán.

Con solo mencionar a su enemigo, me hizo estremecer. Por supuesto que preferiría a cualquier otro antes que a Dátlael II de Anssen, rey de Enerthand y el villano más despreciable que había conocido. Ese mal nombrado había estado atacando a mi tío desde que yo tenía memoria y aun así tuvo el atrevimiento de pedirle mi mano en matrimonio.

— ¿Y bien? —persistió—. ¿Qué debo responderles a los enviados de tu primo?

Suspiré ruidosamente y le devolví el retrato, más él lo rechazó, forzándome a conservarlo.

—Aceptaré mi unión con ese… rey, pero no prometo que me comportaré tal y como pretendes— le advertí—. Sabes mejor que nadie que tengo el ímpetu y el orgullo de mi padre y por eso dudo mucho que me contenga si se me ofende.

Mi tío se echó a reír y cruzándome su brazo por los hombros, me atrajo contra su cuerpo para besarme en la frente.

—Precisamente porque te conozco es que estoy seguro de que actuarás dignamente y que sabrás anteponer la astucia, antes que los simples impulsos que siempre te llevan al desastre —declaró—. Has aprendido mucho en estos años y por muy difícil que te sea, guardarás silencio antes de decir algo imprudente.

—Espero que estés en lo cierto.

—Nunca me he equivocado contigo —afirmó.

Le devolví el beso y su abraso ahogó los nuevos suspiros que se me anudaban en la garganta, impidiéndome respirar.

—No quiero dejarte— le confesé, a punto de llorar—. Estas en medio de una guerra contra ese Dátlael y me necesitas.

—Tu pueblo también te necesita y no puedo ser egoísta —refutó rápidamente—. Ya te he retenido muchos años y, además, no es esta la primera guerra que enfrento. Eres muy gentil al preocuparte por mis asuntos, sin embargo, los tuyos serán mucho más grandes. Intentarán matarte.

— ¿Y es que ya no lo han hecho?

—Esta vez será diferente —me aseguró—. Anteriormente te han atacado enemigos declarados, pero ahora lo harán aquellos que se supone que deben defenderte. Tendrás que hacer que prueben tus comidas y no debes aceptar regalos sin antes haberlos revisado. Sé bien que puedes identificar fácilmente a los mentirosos y si eso cambiara, házmelo saber y estaré a tu lado lo más rápido posible. Revisarán tus cartas, así que tendremos que ser cuidadosos en lo que escribamos y…

—Tío —lo interrumpí—. Estas son lecciones que me has dado desde que aprendí a escribir. No pierdas tu tiempo recordándome algo que está gravado a fuego en mi mente. Por naturaleza, siempre desconfió de todos y más cuando ya soy consciente de que un peligro acecha.

Él me sonrió y acariciándome las mejillas, se resignó a aceptar que me estaba entregando a una jauría llena de bestias hambrientas.

—Perdóname —murmuró—. Por un instante olvidé que soy yo quien debe tranquilizarte y no provocarte más temor.

Bajé la mirada hasta el retrato que parecía atento a nuestra conversación y una sensación muy conocida se apoderó de mi pecho. En verdad estaba asustada y lo que más temía era no ser capaz de reprimir mis impulsos. Nunca había sido muy paciente y para soportar lo que se anunciaba, habría de aprender a serlo, aunque me costara tener que tragarme mi propio orgullo.

—Creo que empeoraré la situación —confesó él por lo bajo—. Le exigí a los señores de Áthaldar que viniera lo mejor de su ejército a buscarte o de lo contrario no te dejaría partir.

Me encogí de hombros y lo encaré con una expresión tan tonta como la suya.

—Eso no cambia nada —le dije—. De todos modos, me odiarán, así que tus provocaciones solo alimentan un fuego ya encendido.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP