Él alzó la copa, brindando en silencio y acepté la invitación, bebiendo todo el contenido hasta que las llamas refugiadas en mi pecho, se aplacaron bajo el crujir de los dientes de mi oponente.
—La generosidad es una virtud que ennoblece a las reinas, sobre todo a las que llegan a ser coronadas en épocas de paz— insistió él, recordándome que había regresado a Áthaldar cuando el trono había sido recuperado.
—Es curioso— declaré—. Pero al parecer, el astil del fuego se olvida de que todavía no estamos en paz.
Él no supo cómo responder a mis palabras y sin darle tiempo, me incorporé, dándole la espalda con las claras intenciones de abandonar esa cena tan desagradable.
—No lo olvide nuevamente— le pedí—. Todavía estamos en guerra.
Ni siquiera me preocupé por las reacciones de los nobles presentes, simplemente me alejé de aquella estancia, antes de la rabia me impulsara a atacar a ese viejo pretencioso, arrancándole los ojos con mis uñas. Traté de calmarme, de caminar despacio para darme t