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Era de esperarse que a ese viejo ponzoñoso fuera poco atento con mujeres capaces de valerse por sí mismas y sentí deseos de comentarlo con las guerreras, mas supe dominar el impulso y aguardé a que todas las presentes concentraran su mirada en mi rostro. Estaba dispuesta a ayudarlas y por primera vez en ese día, me sentía precisamente en el lugar en el que debía estar. Al fin tenía una causa justa por la cual enfrentarme al pelirrojo y la indignación despertada por las palabras de Mirisila, me ayudaron a encauzar el odio que sentía por el que debía ser mi mejor aliado.

— ¿Por qué llevan el cabello corto? — le pregunté a mi alto señor—. Si quisieran encontrar esposo, ahora que ya no pueden combatir, les sería muy difícil con ese aspecto austero que tienen.

—El astil del fuego exige que las mujeres a su servicio, no se muestren hermosas, ya que así podrían distraer a los hombres y dificultar la convivencia en los campamentos de guerra.

Esa explicación no carecía de sentido, pero aun así
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