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Una vez más las pesadillas tomaban forma, fuera de mi mente y unidas a las amenazad de Éhiel, consiguieron arrancarme la serenidad que hasta ese momento impresionaba a cuantos me veían.

No me detuve a pensarlo y a pesar de que mi corazón se desgarraría para dejar una parte junto al rey, preparé el viaje de regreso. Dízaol insistió en acompañarme y me negué, porque su valor inspiraba a los soldados y me sentiría más segura sin un hombre tan leal como él protegía a Rownan. El astil del fuego era imprescindible en el campamento y el de la tierra se ocupaba de las provisiones, con ayuda de Sialen, que se recuperaba de sus heridas.

Fue difícil, pero al final conseguí convencer al astil del agua para que me escoltara y así le concedería algunos días alejado del campo de batalla, que tanto le recordaba a su heredero perdido. Rownan me apoyó, insistiendo en que solo un anciano tan sabio como él, lograría serme de apoyo para regir en Áthaldar en un momento tan convulso como el que enfrentábamo
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