Helena escuchó el sonido de la puerta al abrir y cerrar.
Su mente despertó a medias, aunque su cuerpo permaneció dormido. Ella respiró el aroma del intruso, aquel olor fresco a menta inundó cada rincón de sus pulmones.
Lo tuvo claro, no era la enfermera.
Solo una persona tenía ese tipo de aroma tan rico, pero era de noche y ninguna visita permaneció en la habitación.
Ni siquiera su madre, que se había retirado con Gloria y Mara, para un buen descanso, así que no era posible que Russell la visitara.
No después de echar a perder sus planes.
Russell, o quién olía a él, llegó hasta su cama. Se mantuvo quieto desde el costado sin emitir palabra alguna.
Helena se esforzó en abrir los ojos, pero su cuerpo no respondió. Quiso hablar, tampoco lo logró. Movió su cuerpo, falló de plano.
«No puede ser, ¿parálisis del sueño?», pensó alarmada.
Una gruesa mano tomó con delicadeza la suya, justa en donde la sonda intravenosa fue colocada. Helena sintió el calor de esa palma. El intruso la soltó con s