Luna de Sangre Prohibida: La Novia Lobo Marcada
Luna de Sangre Prohibida: La Novia Lobo Marcada
Por: Mar A.
1

Desperté con el corazón en la garganta y la piel empapada en sudor. Las sábanas enredadas a mis piernas eran un testigo mudo de mi lucha nocturna. Otra vez ese maldito sueño. Otra vez él.

Sus ojos seguían grabados en mi mente: oscuros, insondables, cargados de una tristeza antigua y cruel. Lo vi morir. Otra vez. Siempre es igual. Su cuerpo cae, la sangre lo cubre como un velo rojo, y antes de desvanecerse, me mira. Me ve. Como si supiera que estoy allí. Como si pudiera alcanzarme.

Pero esta vez fue distinto.

Esta vez dijo mi nombre.

—Helena…

Sus labios no se movieron, pero lo escuché. Claro. Cercano. Íntimo. Y eso me heló la sangre.

Me senté en la cama y me froté el rostro con las manos temblorosas. Era un sueño. Solo eso. Una pesadilla recurrente causada por… no sé, ¿demasiado vino barato y una imaginación sobreestimulada?

—Claro, Helena, y los vampiros existen —murmuré, rodando los ojos. Pero mi voz tembló.

Miré el reloj: las 6:17 a. m. Maldita sea.

El agua caliente de la ducha me ayudó a recuperar el aliento, pero la sensación no se fue. Como si algo se hubiera colado del sueño a la realidad. Como si esa mirada todavía me quemara la piel.

No lo conocía. Nunca lo había visto. Y sin embargo… no era un extraño. Lo sabía. Como se sabe que va a llover antes de que caiga la primera gota.

**

La mañana en la biblioteca universitaria fue tan aburrida como cualquier otra, con estudiantes medio dormidos, profesores estresados y el suave zumbido de la fotocopiadora torturando mi paciencia.

Yo archivaba una pila de libros cuando lo sentí.

Esa sensación.

Como si alguien me estuviera observando.

Me giré, lentamente.

Y ahí estaba.

Apoyado contra la estantería de filosofía antigua, vestido de negro, con una presencia que no tenía ningún derecho a ser tan… arrolladora. Alto, pálido, con la mandíbula tensa y una expresión contenida como si estuviera a punto de explotar o de besarme. O ambas.

Nuestros ojos se cruzaron.

Fue como un chispazo. No, peor. Como si un rayo me hubiera atravesado el pecho.

Me quedé paralizada. Y él… él simplemente me miró. Como si esperara algo de mí. Como si ya supiera algo que yo no.

Entonces lo reconocí.

Los mismos ojos.

El mismo rostro.

El hombre de mis sueños.

El que moría cada noche.

Mi garganta se cerró. Quise hablar, moverme, correr. Pero no pude. Ni siquiera parpadear.

Él inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluándome.

¿Me estás probando, bastardo?

Y luego empezó a caminar hacia mí.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Di un paso atrás, tropecé con una silla, y estuve a punto de caerme.

—¿Te has perdido alguna vez en tus sueños? —preguntó, su voz profunda, rica, como terciopelo oscuro. Esa voz… la había oído antes. No solo en sueños. En mi interior.

No respondí. No podía. Me limité a mirarlo con los ojos bien abiertos, deseando que esto fuera una broma de mal gusto.

—Porque yo sí —añadió, acercándose un poco más—. Y tú estabas allí.

Me alejé. No como una heroína trágica, no. Como una chica normal aterrada que se muere de ganas de gritar… o de besarlo.

Me odié un poco por eso.

—No sé quién eres —murmuré, por fin—. Pero deja de seguirme.

Él sonrió. Lento. Dolorosamente hermoso. Como si supiera que mi amenaza era tan débil como mis rodillas.

—No, Helena. Soy yo quien te sigue… pero tú eres la que siempre regresa.

El aire entre nosotros vibró. Literalmente. Como electricidad estática. Como un hechizo que no podía romperse. Un deseo caliente e incómodo se enredó en mi vientre, y no tenía maldita idea de qué hacer con él.

Me di la vuelta y escapé. Sí, escapé. Como una cobarde. Porque él no era solo un hombre. Era un abismo.

Y yo estaba peligrosamente cerca de saltar.


Esa noche, no necesitó mucho para arrastrarme otra vez.

Cerré los ojos, y ahí estaba. Esperándome.

Pero esta vez, no estaba muriendo.

Estaba vivo. Mirándome con intensidad feroz. Como si el mundo no existiera más allá de mis ojos.

—¿Por qué siempre escapas? —preguntó.

—Porque me das miedo —respondí sin pensar.

—Y aun así vuelves.

—Porque también me atraes, maldita sea —confesé.

Su expresión cambió. Dolor. Anhelo. Furia contenida.

—No entiendes, Helena. Estoy atrapado. Cada noche muero, y cada noche te busco. Solo tú puedes romperlo. Solo tú puedes detenerlo.

—¿Qué… qué eres?

—Lo que tu sangre recuerda, aunque tú lo hayas olvidado.

—Eso no tiene sentido.

—Lo tendrá.

Lo toqué. No sé por qué lo hice. Tal vez para ver si era real. O tal vez porque lo había deseado desde el primer sueño.

Su piel estaba fría.

Pero sus labios, cuando me besó… ardían.

Fue un beso desesperado, hambriento, como si hubiera esperado siglos para hacerlo. Y yo… no fui mejor. Le respondí con la misma sed, con el mismo fuego. Mi cuerpo lo reconoció antes que mi alma.

Y luego…

Desapareció.

Justo cuando más lo necesitaba.

Grité su nombre, pero no salió de mis labios. Solo silencio. Solo vacío.


Desperté llorando. Mis mejillas húmedas, mi cuerpo tembloroso.

Era demasiado.

Me arrastré hasta el baño, encendí la luz, y me miré en el espejo.

Mis labios hinchados. Mis ojos rojos. Y en mi cuello…

Una línea delgada de sangre seca.

—No… no puede ser real —susurré.

Pero lo era. Lo sabía. En lo más profundo de mis huesos.

Ya no podía seguir negándolo.

Él estaba aquí.

Y me estaba buscando.

Y yo…

Yo ya había empezado a responderle.

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