La mañana en las cavernas no era como cualquier otra. No había sol, ni cielo visible, pero algo en la temperatura, en la vibración misma del aire, anunciaba un cambio. El despertar fue silencioso; los miembros de la comitiva no cruzaron muchas palabras mientras recogían sus mantas. Todos sabían que ese día entrarían a la cámara sellada. Todos temían lo que pudieran encontrar.
Kael se encontraba afilando su cuchillo cuando Valen se aproximó con gesto grave.
—La entrada está lista —informó—. Savra y sus guardianes retiraron los sellos. Solo falta que tú y Lía crucen primero.
Kael asintió. Sabía que no podía impedir que Lía se adentrara, pero cada fibra de su cuerpo deseaba protegerla de lo desconocido. Cuando la vio acercarse con paso firme, la determinación en sus ojos disipó cualquier duda.
—¿Estás lista? —preguntó él.
—No —respondió ella—. Pero eso nunca me ha detenido antes.
La cámara estaba más oculta de lo que imaginaban. Un túnel descendente los llevó a través de paredes talladas