La luna estaba en su punto más bajo, una luna menguante que parecía ocultarse, como si temiera lo que estaba por venir.
Lía no dormía.
Después del ritual de purificación, algo había cambiado en su sangre. La cicatriz no solo brillaba… ahora latía. Como un segundo corazón. Uno que no siempre latía al ritmo del suyo.
Caminaba sola por el borde del acantilado, observando el valle que Kael llamaba “hogar”, pero que ella apenas comenzaba a conocer.
La voz de Valen aún resonaba en su cabeza:
“La híbrida deberá decidir a quién deja morir…”
—¿Y si soy yo la amenaza? —susurró al viento.
Pero no hubo respuesta.
Solo el crujir de ramas secas y el canto lejano de un ave nocturna.
—Estás callada —dijo Kael al encontrarla sentada sobre una roca, observando el horizonte.
—Estoy cansada.
—No es físico.
—No.
Kael se sentó junto a ella.
—¿Lo que viste en la visión… te hizo dudar de nosotros?
—No. De mí, sí. Mucho.
Silencio.
—Siento como si algo dentro de mí despertara poco a poco… y no sé si eso me har