Lía soñaba.
Pero no era un sueño normal.
No había imágenes borrosas ni memorias inconexas.
Había presencia.
Y un susurro.
“¿Estás segura de que elegiste bien?”
El bosque que la rodeaba era denso, blanco como la niebla. No reconocía los árboles, pero sabía que eran antiguos. Demasiado. Sentía sus raíces palpitar bajo sus pies como venas enterradas.
Caminaba descalza, con la cicatriz de su espalda brillando como una herida abierta.
“Él no te necesita.”
La voz era suave. Grave. Masculina. Familiar y desconocida al mismo tiempo.
“Él solo te usa. Te quiere porque eres poder. No porque seas tú.”
Lía se detuvo.
—¿Quién eres?
“Soy lo que ya sabes. Lo que has sentido pero callado. Soy esa duda que no admites.”
La niebla se condensó, y de ella surgió una figura.
Alta.
Encapuchada.
Con ojos negros como vacío lunar.
“¿Qué pasaría si lo pierdes? ¿Si muere? ¿Si te abandona como todos los demás?”
Lía quiso moverse. Correr. Atacar. Pero su cuerpo no respondía.
—¡Esto no es real!
“Pero el miedo sí lo