La madrugada trajo una niebla inusual.
No era del bosque. No era natural.
Era espesa, húmeda y pesada… como si respirara por sí misma.
Los lobos que hacían guardia comenzaron a inquietarse. Algunos gruñían sin razón. Otros se resistían a transformarse, como si algo en el aire les negara su instinto.
Lía lo notó primero.
El Valle no la reconocía.
Su poder, que antes fluía con armonía en la tierra, ahora se sentía... bloqueado. Como si el entorno mismo estuviera siendo silenciado.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó al llegar al altar de los ancianos.
Uno de ellos, el más antiguo del clan del Norte, Irián, estaba de pie, con los ojos fijos en la piedra del pacto.
—Irián… —dijo Kael al acercarse—. ¿Estás bien?
El anciano no respondió.
Solo murmuraba.
—… raíces… la sangre llama… la luna sangra… el ciclo se repite… carne… carne lunar…
Lía sintió un escalofrío.
Irián siempre había sido sabio. Reservado, sí, pero jamás incoherente. Y nunca violento.
Hasta ahora.
Sin previo aviso, se giró y le arrancó