Todo estaba reducido a cenizas.Lo supe incluso antes de acercarme por completo.
Las luces rojas y azules de los patrulleros parpadeaban como advertencias vivas en el cielo nocturno, tiñendo de caos los rostros de los curiosos que se amontonaban detrás de la cinta policial. El humo aún ascendía en espirales irregulares, una columna oscura que serpenteaba hacia lo alto como una sombra viva, dibujando formas aterradoras contra la luna. No quedaba rastro del fulgor dorado que Lucian había descrito tan efusivamente; el fuego se había devorado la majestuosa casa dejando en su lugar una estructura ennegrecida, esquelética, que apenas podía reconocerse como lo que alguna vez fue descrito como una opulente mansión.
—¡Es mi casa! ¡Mi casa! —grité, la garganta desgarrada por la desesperación mientras me abalanzaba contra el cordón de seguridad.
Un par de agentes se interpusieron de inmediato, bloqueándome el paso con los brazos cruzados. No veían a una mujer devastada, veían un obstáculo más.