—¡Ya es suficiente! ¡Después de esta maldita noche nos merecemos un trago! —exclamó Amyra, alzando la voz con una mezcla de rabia y agotamiento. Se puso de puntillas frente a la repisa de la cocina, rebuscando entre las botellas hasta dar con una que, según ella, fuera digna de la ocasión.
Destapó el whisky con manos temblorosas y el rostro enrojecido por la frustración. Sirvió dos vasos rebosantes, dejando uno frente a mí con un golpe seco. Bebió el suyo de un solo trago, como si esperara que el ardor le quemara la rabia por dentro, y volvió a servirse sin siquiera pestañear.
—¡Mal parido! Siempre supe que no debía confiar en él y en su maldito encanto. ¡Y te lo dije! —soltó, apuntándome con el dedo, como si yo también tuviera culpa en el desastre.
—Amyra…
—¿Me vas a decir que no te lo advertí? —interrumpió, cada palabra más alta que la anterior.
—Amyra…
—¡Te lo dije unas cuantas veces! Te lo repetí hasta el cansancio: hay algo raro en él. Es demasiado encantador, demasiado bueno, d