—Sabía que vendrías —dije con voz baja, casi satisfecha—. Sabía que Lucian, como el perro obediente que es, correría a ti en cuanto me vio salir del bar.
—Te lo advertí, Nyra —replicó él con tono grave.
—No realmente. —Sentía su presencia tras de mí, pesada, inevitable. Yo seguía sentada sobre la tierra y el polvo, con los dedos trazando líneas sin sentido en la ceniza de lo que alguna vez fue la cabaña.
—Ahora todo cambió.
—Sí, en eso tienes razón. —Me sacudí las manos, limpiándome una contra la otra. El hollín se despegó en nubes grises. Me puse de pie con lentitud, cada músculo protestando.
—No puedo perdonarte esto.
—Ni yo a ti —respondí sin dudar.
Sonreí, pero no había alegría en ese gesto.
—Estuvimos en lados contrarios desde el principio —suspiré—. Solo que yo no lo sabía.
—No —dijo Kael mientras se acercaba, su sombra alargándose por el suelo—. Tú escogiste tu lado.
Extendió la mano y la apoyó suavemente sobre mi vientre. Sentí un estremecimiento recorrerme.
—¿Y qué se suponí