—¡Tomaste todo de mí! —escupí las palabras, con la voz quebrada por la rabia contenida—. Me hiciste confiar en ti. Me hiciste creer que me amabas… que podía haber un final feliz para mí.
Lo pateé con odio, con una furia que me brotó desde las entrañas.
—Me hiciste pensar que le importaba a alguien… que no estaba sola… que nunca más tendría que estarlo.
Vi una lágrima escapar de sus ojos, pero no me detuvo. No podía detenerme ahora.
—Y luego, como si no te hubiese bastado con destruirme, amenazaste a mi hijo… tomaste mi libertad, mi voluntad. ¡Me violaste! —grité con toda la fuerza de mi alma, con la garganta ardiéndome y las manos temblando de ira—. Me arrebataste hasta el derecho de ser dueña de mi propio cuerpo.
Di un paso hacia él, respirando con dificultad, la mirada encendida de dolor y asco.
—Eres, de lejos, el peor hombre con el que me he cruzado en esta vida… Y te odio. ¡Dios, cuánto te odio! Pero nunca habría llegado a esto… —mi voz tembló un instante—. Jamás me habría atrev