Días después, impulsada quizás por una culpa tardía, mi madre organizó una ceremonia de despedida sencilla pero digna para mí.
Asistieron algunos familiares lejanos y viejos conocidos, incluso llegaron varios sanadores del centro de sanación donde trabajaba.
Entre ellos, Emilia Duarte, la joven aprendiz que una vez me curó en secreto. Llevaba en las manos un ramo de campanas lunares recogidas en la montaña. Frente a mi lápida, murmuró:
—Perdón… si hubiera tenido más valor, tal vez aún estarías aquí.
Ella fue la única que realmente intentó sacarme del abismo. Y también, la única que bajó la cabeza para pedirme perdón.
Lo irónico fue ver a la misma madre que me empujó al vacío plantarse frente a mi tumba con la frente en alto, y decir sin temblar:
—Ariana siempre tuvo un carácter complicado. Esta vez, por enredarse con el pasado e intentar dañar a Linda, terminó dañándose a sí misma.
Todos los presentes sabían cuán descaradamente había favorecido a Linda toda su vida. También sabían lo q