Pasaron varios días.Con todos enfocados en su recuperación, Linda salió del centro de curación sin una sola cicatriz, sonriente y radiante.Nadie, ni siquiera de reojo, se dignó a mirar el cuarto contiguo, donde yo, Ariana Castañeda, seguía postrada, con el veneno de plata aún ardiendo en mis venas.Esa mañana, Doña Teresa había empacado con esmero las pertenencias de Linda, mientras Don Rafael estacionaba el SUV frente a la entrada, temiendo que su hija menor resfriara con el aire frío del exterior. Incluso Nathan, siempre tan serio y distante, se arrodilló para ponerle los zapatos, como si fuera demasiado delicada para hacerlo sola.Durante el trayecto de regreso, mi madre no podía contener su enojo:—¡Esa Ariana es una ingrata! ¡Linda casi muere y no se ha aparecido ni una vez! Encima bloquea el enlace mental de la familia… ¡¿Qué clase de hermana hace eso?! ¡Cuando regresemos, la voy a dejar sin piel!Mi padre le lanzó una mirada helada.—Siempre lo dije. Esa cría es una mal
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