La verdad cayó como un relámpago. Don Rafael, Doña Teresa y Nathan Castañeda quedaron paralizados, la mirada fija en Linda. El aire se volvió denso, irrespirable.
Finalmente, mi madre reaccionó. Se lanzó sobre Linda, tomándola por el cuello de su ropa:
—¡¿Cómo pudiste, Linda?! ¡Era tu hermana! ¡¿Cómo te atreviste a matarla?!
Por primera vez en mi vida, vi a mi madre levantarle la mano.
Los lobos guardianes intervinieron de inmediato para detenerla.
Linda, sin inmutarse, soltó una carcajada amarga. La miró fijamente, con los ojos llenos de veneno:
—¿Cruel? Esto lo aprendí de ti. ¿Asesina? ¡Fuiste tú quien mandó a todos los sanadores con Linda esa noche! ¡Tú le diste la espalda a Ariana! Si ella murió… fue porque tú lo facilitaste.
Cada palabra era una daga. Teresa quedó en shock, atrapada entre recuerdos torcidos y una culpa feroz. Se desplomó frente a mi tumba, abrazando la lápida con desesperación:
—¡Perdóname, Ariana! ¡Todo fue culpa mía! ¡Te fallé como madre…!
Golpeaba la lápida, so