Lobo Blanco XIV.
Esperé.
Esperé a que el invierno pasara, a que los días se alargaran y las noches dejaran de cortarme los huesos como cuchillas. Los cachorros necesitaban un lugar seguro, una manada que pudiera enseñarles lo que yo no podía, y debía aguardar hasta que fuera posible moverlos sin que se congelaran
Una noche de ese invierno, regresé a seguir atormentando a Rebeka y la encontré muerta.
No supe cómo ni por qué. Solo supe que ya no respiraba, que la vida se le había escapado de alguna forma que no necesitaba entender. Y, honestamente… no me importó.
Lo único que me trajo una especie de satisfacción fue que la tierra aún no estaba congelada y me fue posible utilizar el hoyo que ella ya había cavado para colocarla en la tierra de manera que pudiera enterrarla.
No porque mereciera descanso, no porque mereciera nada después de todo lo que había hecho… sino porque, de alguna manera retorcida y absurda, respetaba que ella seguía siendo la madre de mi cachorro.
No sentí lástima ni ju