Capítulo 67.

Durante estos años mi hermano había tenido que aprender a manejar su don solo. No conocíamos a nadie más que pudiera hacer lo que nosotros llamábamos “la ventana”. Incluso me atreví a preguntarle al Lobo Blanco, fingiendo que era mera curiosidad, y su respuesta fue tajante:

—Solo la Gran Madre podría hacer algo así, que yo sepa..

Eso nos dejó claro que estábamos solos.

A lo largo del tiempo descubrimos algunas cosas sobre esa maldita ventana.

La primera, que mientras más la usaba, más podía estirar el límite hacia adelante. Al inicio solo veía minutos. Después, horas. Ahora podía alcanzar hasta treinta, si se forzaba. Pero yo no quería que lo hiciera. No sabíamos las consecuencias de hurgar tanto en un futuro que no nos pertenecía, y tampoco conocíamos el precio a pagar.

Él decía que se sentía bien, pero si algo me enseñó el lobo blanco es que todo don tiene un costo. Por eso logramos un acuerdo: solo usarla una vez al mes.

—Esta cosa es como un músculo —decía él, con e
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