Capítulo 68.
Los siguientes alfas llegaron al atardecer, cansados y con los rostros marcados por el viaje.
Mi manada parecía un tanto feliz de llegar por fin y yo oculté una sonrisa.
Sabía que los pobres odiaban el tener que convivir con cachorros revoltosos más allá de un par de días y ellos lo hacían por semanas para ir de manada en manada recogiendo lobeznos.
Apenas los vi, mi mirada se fue directo al señor Arthur. Caminaba apoyado en Darius y Mariana, y aun así se notaba lo difícil que le resultaba dar un paso tras otro.
Sin pensarlo, avancé con una sonrisa enorme.
Di un rápido saludo a la que consideraba mi familia extendida —porque ¡Vamos! era más claro que el agua que Darius y Silvie se emparejarían en cualquier momento—. Luego saludé a mis primos rápidamente y, por fin, fui hacia el señor Arthur.
—¡Señor Arthur! —lo saludé con entusiasmo, tratando de disimular mi preocupación—. ¿Cómo se encuentra? ¿Qué tal el viaje?
Él levantó la vista hacia mí y respondió con esa franqueza