Capítulo 50.
Cerré los ojos brevemente tratando de que mi mente asimilara lo que acababa de pasar. No estaba segura de cómo había llegado hasta allí.
Abrí los ojos cuando dejé de sentirme extraña y me moví hacia el lobo a mi lado.
—Lobo blanco… —susurré, mi voz áspera, rota. Quizá mi voz sonaba así porque había gritado demasiado.
Nada.
Ni un parpadeo, ni un movimiento de oreja, ni el temblor de su pecho.
Miré su inmenso costado inmóvil y una chispa de humor torpe se coló en medio de mi confusión.
Estaba un cincuenta por ciento segura de que no lo había matado yo... esta vez.
Ese pensamiento fugaz me hizo gemir.
Me incliné, temerosa, y acerqué la mano a su hocico. Su respiración era tan débil que apenas sentí el roce del aire.
Me quedé allí unos segundos, esperando que abriera los ojos, que gruñera, que hiciera algo para devolverme la normalidad.
Nada.
La cueva era un silencio absoluto. Tan profundo que casi podía oír el latido de mi propio corazón rebotando contra las paredes de piedra.