Capítulo 49.
El peso me sobrepasó. La última sombra se fundió conmigo y mi cuerpo simplemente no resistió más. Caí en la negrura, sin dolor esta vez, solo con la certeza de que me estaba apagando.
Cuando abrí los ojos, ya no había río. Ya no había cueva. Ni siquiera mi propio cuerpo.
Todo era… distinto. Como un vasto espacio sin suelo ni cielo, un plano suspendido en un gris perlado que se extendía hasta el infinito. Flotaba, ligera como una pluma, y sin embargo podía sentir cada rincón de mí ardiendo con una energía desconocida.
Parpadeé, confundida, y entonces lo vi.
Frente a mí se desplegaba una escena, como si el mismo aire se abriera en capas. Era un recuerdo… pero no de mi vida presente.
No era recuerdo mío en sentido humano —era algo anterior, un tiempo sin tiempo—. Me vi a mí misma como una cosa leve, sin cuerpo, flotando en una vasta penumbra salpicada de luces pálidas: otras almas, algunas cálidas, otras heladas, todas moviéndose con una lentitud que dolía. No había edad, no había