Capítulo 48.
El crujido de sus propios huesos fue lo primero que sintió. Era como si su cuerpo se quebrara en mil fragmentos para luego reacomodarse con una precisión cruel. Su sangre ardía, quemando cada vena, cada fibra, mientras su mente galopaba demasiado rápido, incapaz de seguir el ritmo del caos que se desataba en ella.
Y entonces… justo cuando el dulce alivio de rendirse empezó a invadirla, cuando creyó que ya no podía resistir ni un segundo más, algo cambió.
Una calidez desconocida la envolvió, como un abrazo líquido que la elevó y la sostuvo. La sensación era tan repentina, tan ajena al dolor, que por un momento pensó que había muerto. Pero no: flotaba. El peso de su cuerpo desaparecía, reemplazado por esa expansión suave que la rodeaba por completo.
Agua. Debía de estar dentro de algún cuerpo de agua, si sus débiles sentidos no se equivocaban.
Entonces... Luz.
Incluso con los párpados cerrados la percibía: una claridad temblorosa, danzando como un velo bajo mis ojos. Era dif