Lobo Blanco ll.

Me incorporé, la respiración agitada, mientras la superficie brillaba con un resplandor imposible. Entonces la voz regresó, dulce y solemne:

—Con este acto, por fin has terminado tu tiempo de servicio hacia mí.

Me quedé inmóvil.

—¿Qué…? —pregunté confundido—. ¿A qué te refieres?

El río susurró de nuevo, y sentí la vibración en mis huesos:

—El último Alfa Supremo ha tomado su lugar en el mundo. Ya no hay motivos para tener un guardián.

Las palabras me golpearon como un zarpazo invisible. Mi pecho se tensó, mi garganta se cerró. Yo… ¿Ya no era necesario?

Mis ojos regresaron a la figura de Alina. Ella... no conocía el camino de regreso a casa.

Ni siquiera había avisado a sus padres dónde estaba. ¿Cómo iban a encontrarla?

Quizá… quizá podría suplicar por unos minutos más de existencia, al menos para señalarle el camino de regreso.

Mi boca se abrió, pero la interrumpió una voz cálida, envolvente:

—No es necesario suplicar, hijo mío. Me has servido con una fidelidad qu
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