Capítulo 42.
—Mírame, Alina.
No pude evitar obedecer. Mis ojos se encontraron con los suyos y, en ese instante, el lobo blanco bajó la cabeza, tomó una rama gruesa con la boca y, con un brusco movimiento de cabeza, la lanzó hacia el árbol en el que había estado practicando. El sonido seco de la madera impactando me hizo dar un pequeño salto. La rama quedó clavada en el tronco, como si se tratara de un proyectil hecho a la medida.
—Presumido… —murmuré, sin poder evitarlo.
Él soltó un suspiro largo, ese que ya se estaba volviendo costumbre cada vez que entrenaba conmigo.
—Yo tengo unos cientos de años de práctica. Tú no habías necesitado ser buena en esto —dijo con calma, su voz grave resonando en el silencio del bosque—. A veces, cuando la gente depende de una habilidad, la perfecciona. Has crecido en tiempos de paz... hasta ahora.
Bajé un poco la vista, apretando la espina que sostenía entre mis dedos.
—No te sientas frustrada —continuó—. Puedes ir a tu ritmo de aprendizaje. Yo te prot