Capítulo 41.
Los días siguientes pasaron como un torbellino. Preparativos, mensajeros que iban y venían de una manada a otra, rumores corriendo como viento entre los árboles.
Se decidió que íbamos a la guerra.
Las manadas del interior, lejos de las fronteras humanas, serían protegidas a toda costa. Pero la amenaza ya no venía solo por tierra: los humanos habían probado que podían llegar también por mar.
La manada Fénix fue designada para custodiar las costas. Nadie conocía mejor que ellos los acantilados, las playas traicioneras y las sendas escondidas que serpenteaban hasta las aldeas.
La despedida de Darius fue amarga. Silvie intentó sonreírle, pero sus ojos la traicionaron: se notaba que le costaba dejarlo ir.
Él le acarició la mejilla con una ternura fugaz y le prometió que volvería, aunque ambos sabían que promesas como esa eran peligrosas en tiempos de guerra.
Yo también lo sentí. Perder a un primo tan pronto después de haber compartido tanto… pero los humanos no nos dejaban op