Capítulo 25.

Me agaché, recogí los guantes gruesos que había metido en mi morral —eran para el invierno, pero ahora tendrían otro uso— y me los puse. Luego, arranqué un trozo de tela del forro de mi falda y me cubrí la nariz y la boca, como había visto hacer a los curanderos cuando manipulaban cosas “raras”.

—¿Ahora qué haces? —preguntó Alderik, arqueando una ceja.

—Medidas de seguridad —respondí con seriedad, aunque por dentro me moría de risa.

Me interné un poco más en el bosque y comencé a recolectar: una ramita de cicuta, una sola baya de belladona, una aguja de tejo y una flor de aconito.

Fue mucho más difícil de conseguir de lo que pensé. Calculo que me llevó al rededor de dos o tres horas encontrar todo.

No tenía ni idea de cómo se usaban, pero me gustaba pensar que estaba en medio de un gran descubrimiento.

Con las cuatro muestras reunidas, me senté junto al arroyo y busqué un par de piedras planas. Coloqué todo sobre una de ellas y, con la otra, empecé a machacar hasta que q
Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App