Capítulo 26.
Para fomentar la convivencia y que nadie se sintiera extraño, la tía Deb había ordenado que se preparara un banquete. Pero pronto quedó en evidencia que el claro principal era demasiado pequeño para albergar a tantos lobos juntos; los murmullos y las risas incómodas rebotaban en todas direcciones, haciéndolo sentir aún más reducido.
La solución fue sencilla: dividir al grupo. A nosotros, los cachorros, nos enviaron a un claro cercano, vigilados por varios guardias que se aseguraron de que el terreno era seguro antes de dejarnos instalar. No faltaron las protestas —porque nadie quería “ser separado de mamá” y las madres estaban aún más desconfiadas—, pero la promesa de juegos, comida especial y seguridad acabó convenciéndolos.
El detalle más comentado, sin embargo, no fue la comida ni los invitados del Sur. Fue el lobo blanco. Los guardias, con toda la calma del mundo, les aseguraron que era un aliado y que no representaba peligro. Y aunque nadie se atrevió a contradecirlos, a ning