Capítulo 113.
La mañana siguiente amaneció fresca, con una brisa que arrastraba el olor de los pinos y el murmullo de un río cercano. Dormí tan profundamente que, al abrir los ojos, sentí el cuerpo ligero, renovado, como si las últimas semanas de tensión hubieran quedado muy lejos. El lobo blanco ya estaba despierto. Levanté mi cabeza para que pudiera salir de debajo de mí. Lo hizo, se estiró, bostezó una última vez y salto para salir del agujero; regresó su mirada a mí solo un segundo antes de alejarse hacia el mar.
No tardé en entender su intención. Salí también de agujero; lo seguí con la mirada mientras se internaba en el agua y, cuando regresó, traía tres peces plateados entre los colmillos. Los dejó cerca de la fogata apagada y movió la cola apenas, lo suficiente para que yo supiera que esperaba que me encargara del resto.
—Gracias —dije, mientras mi estómago rugía.
Él sacudió la cabeza y regresó al agua.
Era una chica con un apetito saludable, no me iba a disculpar por ello.
Encendí un