Aldric
Volví a mi forma humana cuando el valle se abrió como una boca negra.
El camino de piedra estaba cubierto de un hielo firme, sin grietas, como si el frío allí no obedeciera a estaciones sino a memorias. El viento no llegaba; el sonido de mis pasos, tampoco. En ese silencio absoluto, la cueva respiraba por sí sola.
Las viejas no necesitaban escoltas. Nadie que supiera de ellas quería verlas dos veces.
La entrada se estrechó, y la oscuridad me lamió el rostro con aliento rancio. Avancé, contando con las manos las protuberancias en la pared, la vieja marca del círculo incompleto, la estrella invertida, la pata de cuervo tallada en la piedra.
Los recuerdos de mi hermana parpadearon a la distancia... su cabello trenzado, sus muñecas atadas. Aplasté esas imágenes enseguida. El poder no se consigue mirando hacía atrás ni lamiendo las cicatrices.
El pasadizo se abrió de golpe, como una garganta que desemboca en un estómago.
La sala era baja, el techo cubierto de raíces torcidas que