Rowan
El viento del norte me azotaba el rostro mientras avanzaba entre los árboles.
No estaba solo: a mi lado corrían mis hombres de confianza, los pocos que aún sabía que no habían caído bajo las artimañas de Nancy.
Pero lo más importante no era lo que veía afuera, sino lo que sentía adentro.
Anderson.
El lobo de Edward había hecho contacto la noche anterior. Breve, fugaz, apenas un rugido desgarrador que se coló en mi mente antes de desvanecerse. Pero fue suficiente para saberlo: Edward estaba vivo.
—"Lo siento, Alfa" —dijo Varek en mi cabeza, con esa voz grave que hacía temblar mis huesos—. "Está destrozado. Anderson apenas tiene fuerzas, pero nos dejó un rastro."
Asentí en silencio. No podía darme el lujo de la duda.
—"Muéstrame" —respondí en mi mente.
Y Varek lo hizo.
El rastro no era un olor físico, sino una vibración en el aire, un latido espiritual que se abría paso entre la espesura. Cada paso que daba me acercaba más a ese eco, como si siguiera un hilo invisible que unía mi